viernes, 16 de marzo de 2018

"Para aprehender la verdad"




Este pasado 13 de marzo de 2018 (martes y 13), se cumplieron 5 años de la subida del cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio a la Cátedra de Pedro, con el nombre de Francisco I.  Quinquenio que, para no pocos analistas de la actualidad de la Iglesia, vaticanistas (léase Sandro Magister, Antonio Socci, Marco Tosatti, Roberto de Mattei, o intelectuales y apologetas de la fe católica como los hermanos argentinos Mario y Antonio Caponnetto) y bitácoras católicas (Adelante la Fe, Denzinger-Bergoglio, Wanderer, Como Vara de Almendro, En Cristo y María, e incluso Infovaticana sobre todo a través de los comentarios de muchos de sus foristas más habituales), constituye una de las peores pesadillas a las que se ha enfrentado la Iglesia en sus 2.000 años de historia. Image result for busqueda de la  verdad
 
 
Y ojo: constatemos este clamor, esta indignación de una parte creciente del Pueblo de Dios, considerando además o por cierto que nos limitamos a dar voz a autores y sitios de Internet que, o bien aceptan plenamente el Concilio Vaticano II, o bien se muestran como moderadamente tradicionalistas (en mayor o menor medida filolefebvristas) críticos con ese Concilio. Señalo este dato porque si uno acude a beber de las fuentes de sitios de Internet radicalmente lefebvristas e incluso sedevacantistas, el juicio y la condena a Jorge Mario Bergoglio son sin remisión posible. Y de paso a todos los papas conciliares, desde Juan XXIII en adelante, en fin, lo ya archisabido.
 
 
Con todo, como la Iglesia católica es la institución en la que en principio o en teoría se da la convivencia de los mayores extremos ideológicos imaginables, en el espectro ideológico situado en la izquierda -supuesto que el tradicionalismo católico sea de derechas o aun de extrema derecha- no deja de haber teólogos disidentes como Juan José Tamayo para quienes el papa Francisco pasa por ser la mayor autoridad moral del mundo en estos momentos, con la salvedad, hecha por el propio Tamayo, de que Bergoglio, aun siendo esa autoridad moral indiscutible de alcance mundial, se muestra como muy timorato en lo concerniente a asumir por fin los cambios que la Iglesia tiene que aplicarse para con la mujer, según el ideario progre: ordenación ministerial de la mujer, acceso de esta a todos los órganos de gobierno de la Iglesia en paridad con el hombre, aceptación de las llamadas leyes sexuales (aborto, anticoncepción...), y aceptación doctrinal del feminismo y la ideología de género.
 
 
A mi juicio, las pretensiones secularistas de disidentes como Tamayo y cía no merecen mayor consideración, caen por su propio peso, son absolutamente injustificables, anticatólicas,  dinamitadoras de la fe y la doctrina dela Iglesia y, sin duda, no son, en contra de la cantinela progre, frutos de la renovación nacida del Concilio Vaticano II; son, como mucho, parte de la coartada empeñada en mundanizar la Iglesia, coartada nacida del tramposo y espurio "espíritu del Concilio", mas no nacida de la letra del mismo. Ergo, los progreeclesiales no son intérpretes fieles ni leales del Vaticano II, tampoco lo soy yo, que soy un mero católico de a pie empeñado en ser militante y apologeta, mas sí en todo caso lo son Juan Pablo II y Benedicto XVI. 


De manera que así las cosas, los que sí me parecen argumentos de peso a considerar por el Magisterio son los que proceden del entorno tradicionalista radical (ya sabemos, lefebvristas y sedevacantistas). No en balde, sedevacantistas hay a los que no les tiembla el pulso a la hora de considerar que san Juan Pablo II y santa Teresa de Calcuta, por ejemplo, fueron dos herejes en vida (farsantes, apóstatas, modernistas, enemigos de la Iglesia, en fin, lo típico de sus acusaciones) que ahora se están pudriendo en el infierno, en compañía de los antipapas masones Juan XXIII y Pablo VI, glotón enfermo de gula el primero y gay el segundo.


Sin embargo, ¿frente al extremismo sectario de los integristas de extrema derecha, el Magisterio debe ofrecernos a todos los católicos de a pie una palabra autorizada, en este tiempo de confusión y de espeluznante crisis eclesial? Con todo o sea como sea, yo sigo alineándome entre las filas de los católicos que sí aceptan el Concilio Vaticano II al mismo tiempo que ve crecer su estupor, su incredulidad, su indignación incluso por todo  lo que dice o toca al pontificado del papa Francisco. A decir verdad,  abundando en estos particularismos, por más que he tratado de comprender las razones y los argumentos de los tradicionalistas más radicales, mi posición eclesial de fidelidad a los papas del Vaticano II no varía, con la salvedad, ya he dicho, de Jorge Mario Bergoglio, cuya legitimidad no pongo en duda, empero, toda vez que ciertamente no es asunto que me competa además. Pero sí que constato que el estado de esta Iglesia causa pena, rabia, indignación; es decir, con todas las salvedades que se quieran bajo la forma de frutos de santidad -que nunca han faltado, faltan ni faltarán en la Iglesia, gracias a la promesa de Cristo mismo y al don de la asistencia del Espíritu de Dios-, lo impepinablemente cierto es que hoy día no se privilegia en la Esposa del Esposo la promoción de militantes o evangelizadores entusiasmados con Jesucristo y con su Iglesia, fieles a la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio, y sí sobre todo se contemporiza con toda suerte de arribistas, carreristas, laicistas, secularistas, tibios ("A los tibios vomito de mi boca", dice el Señor), mediocres políticamente correctos, burócratas, antimilitantes, antinatalistas: ¡Ni los que viven profesionalmente de la Iglesia en sanidad, servicios sociales, Cáritas o educación, predican, salvo honrosas excepciones,  con el ejemplo del evangelio de las familias: militancia cristiana, apertura generosa a la vida según el plan de Dios, espiritualidad conyugal propia de la familia como Iglesia doméstica...!


En definitiva, ¡la Gran Apostasía es lo que impera en esta Iglesia! A pulso.  

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