"Sobre la vieja piel de toro..."
Hoy, nueve de noviembre del año dos mil nueve, me parece comprender el por qué en efecto hay personas a las que les
molesta la sola visión de crucifijos en los lugares públicos. Sus razones tendrán, más
lúcidas o menos, más respetables o menos. Y asimismo me quiero suponer que si les molestan
las cruces o crucifijos en los lugares públicos, ni de broma o coña entrarán a
una iglesia...
Sociedad secularizada a más no poder, descristianizada a tope. En cualquier caso, considero que el conflicto está alcanzando unas
proporciones desproporcionadas: podría aceptarse que en nombre del laicismo en
efecto se acabase por quitar la mayoría de crucifijos y signos religiosos
cristianos (en general, católicos, para ser más precisos) de los lugares
públicos, por tanto no confesionales. Sin embargo, pretender quitarlos todos,
borrarlos absolutamente del mapa de calles, museos, organismos
públicos, etcétera, a mí me parece, con todo respeto y sin ánimo de ofender a
nadie, me parece una pasada, una exageración.
En definitiva, ahora sí una
artimaña de laicismo belicoso y excluyente. La pretensión de arrancar de cuajo o de raíz a Cristo mismo del alma de las gentes, ¡el propósito masónico talvez de marginar a la Iglesia!
Así que en efecto: cierto que las
"cruces, crucifijos y procesiones y demás signos religiosos cristianos mejor
llevarlos por dentro, en el interior de cada fiel creyente", solo que pretender
arrasar con todo vestigio de esos signos de la presencia de lo cristiano en la sociedad, me parece, insisto, un deseo
de agresión, una coartada o estrategia propia de mentalidades que quieren hacer
tabla rasa de una identidad cristiana que se ha hecho carne, concreción,
cultura en España, Europa, Occidente...
23 de mayo, 2018. Luis Henríquez Lorenzo: profesor de Humanidades, educador, escritor, bloguero, militante social.
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