miércoles, 17 de abril de 2013

"Fiel a la Iglesia católica, pese a todo: pese a mis muchos pecados y tentaciones, pese a los de la propia Iglesia (LXXXI)"



Una observación, tan precisa como obvia:
 
Lo que afirma el obispo católico español Reig Pla sobre el aborto y la homosexualidad (siempre polémicas sus declaraciones, siempre puestas en solfa, sobre todo por medios izquierdistas y secularistas) va a misa, es decir, es la misma doctrina de la Iglesia católica que defiende el papa Francisco. El Papa, que es argentino, como todos y todas sabemos, defenderá esa doctrina hablando con la particularidad de su acento argentino, muy probablemente echando mano de toda su rica experiencia pastoral, echando mano de su pasado y presente como jesuita, recurriendo acaso a su sensibilidad social, a su preocupación por los pobres… Pero no la falseará, digo la doctrina de la Iglesia al respecto.
 
Que es lo que hace el obispo Reig Pla. Desde su experiencia pastoral, desde su sensibilidad social (distinta a la del Papa actual y a la vez coincidente), desde sus particularismos, pero coincidiendo en lo fundamental doctrinal con el obispo de Roma y sucesor de Pedro.
 
De modo que cuando el obispo de Alcalá de Henares condena la legitimidad de la práctica de la homosexualidad, se sitúa en sintonía con el Papa quien, siendo cardenal arzobispo de Buenos Aires, declaró que la promulgación en su Argentina natal de la ley igualitaria del matrimonio homosexual era “obra de Satanás” (sic). 

Otra asunto merecedor de diversas consideraciones sería la forma concreta de cada una de las alineaciones con la doctrina del Magisterio: la del papa Francisco y la del obispo Reig Pla. Pero insisto: más allá de particularismos y de pequeñísimas diferencias que no afectan al núcleo de la fe, en lo fundamental coinciden ambos obispos, el de Roma, que preside en la caridad al colegio de los obispos, y el de Alcalá de Henares.
 
Yo al menos lo entiendo así.


Postdata:

Y también entiendo que cada vez es mayor la distancia entre la propuesta de afectividad-sexualidad de la Iglesia católica y la propuesta de liberalismo sexual que ofrece la cultura pagana.

Tal cuestión disputada es compleja: excede con creces la brevedad de esta reflexión. Pero baste con señalar que la moral católica sigue proponiendo la vivencia de la castidad como vía de maduración humana en la vivencia de la sexualidad como entrega, frente a una cultura imperante de raíz hedonista y neopagana que plantea la sexualidad como un derecho, como un acto autoafirmación y autonomía, de relativismo, de consumo y de disfrute desligado del compromiso y del amor, en definitiva, como una especie de reivindicación proteica o prometeica.

Cierto que la vivencia de la sexualidad humana y la propia comprensión-salutación de la misma desde claves de mayor aprecio, huyendo, así pues, de tantos antiguos miedos, recelos y tabúes, en principio son aspectos o valores a considerar, a tener en cuenta como potencialmente positivos. Y como tales la Iglesia debe valorarlos. Pero así y todo, la Iglesia sigue ofreciendo un camino que hoy día parece que muy pocos quieren transitar: el camino de la castidad, el de la fidelidad matrimonial, el de la virginidad consagrada por el Reino, el de la sexualidad entendida como donación recíproca.

Contaré que hace algunos años conocí a una chica joven, apenas treintaañera, e intelectualmente muy bien formada, con su mente muy bien amueblada, quien, al poco tiempo de habernos conocido, quiso hacerme partícipe de muy delicadas confidencia sobre algunos tremendos episodios de su vida íntima, de sus experiencias sexuales.

Me sigue asombrando esa especie de revelación de la que la susodicha chica quiso hacerme partícipe. Dice mucho de ella y desde luego pone en solfa tanta hipocresía, también eclesial, que sigue sobrevolando sobre el complejo universo de la sexualidad humana. Esto es: frente a tantas personas que llevan una vida sexual más o menos activa y "desordenada" pero que lo ocultan todo -en cuyo derecho están, tienen empero todo el derecho del mundo a ocultar su intimidad, entiendo-, aquella chica se me mostró en toda la desnudez agridulce de su vida...

Y sin embargo, a pesar de mis propias debilidades y de mis pecados y de los reclamos del mundo, y a pesar de testimonios tan descomunales e impactantes por lo sinceros como el de la chica referida, sigo creyendo en la propuesta moral del cristianismo en general y de la Iglesia católica en particular. Palabra de honor. Y lo creo también desde esta convicción, que es en verdad como la manifestación de una perplejidad, de una suerte de estar en encrucijada: o tiene razón la Iglesia católica con su visión cristiana de la sexualidad (castidad, pureza, pudor, sexualidad para el amor, amor para el matrimonio, apertura a la vida. matrimonio para el Reino...), o es una solemne mentira, una tremebunda comedura de tarro, un imposible existencial, una carga insoportable que comporta neurosis y estadios de represión. 

 

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